Imaginación
La ”Imaginación es más importante que el conocimiento”, dixit Albert Einstein.
Desde la época en que vivieron los sabios griegos, se admite y reconoce que los "insumos" que usamos los humanos para llevar a cabo la actividad o función imaginativa son los mismos que están en la memoria y que reposan simulativamente guardados en una especie de ”carpetas”. Eso hace pensar que si las carpetas de la memoria están casi vacías, la aplicación de la función imaginativa está grande y gravemente comprometida.
La memoria, concebida de modo llano y simple, no es otra cosa sino, la función conjugada de recibir, retener, reconocer y recordar las "cosas".
Sin memoria, no podríamos estar conscientes de haber experimentado los estímulos percibidos por la vía de los cinco sentidos.
Sin memoria, tampoco se podría aprender. Aprender, lisa y llanamente expresado, significa el proceso de acopio o acumulación de experiencias que se guardan en la memoria con el objeto de que estén en modo ”ready” para exponerlas y ponerlas en evidencia cuando nos enfrentemos con nuevas incidencias o situaciones en la vida. El aprendizaje se logra con la experiencia, se perfecciona con la práctica y las cosas aprendidas dejan una estela de huellas a lo largo de nuestras vidas.
Aprender por anhelar adquirir nuevos conocimientos es motivante y esta motivación se internaliza y convierte en factor selectivo y organizador clave del proceso de aprendizaje.
Se ha probado que las cosas se "aprenden más y mejor" cuando están conectadas con la imaginación.
La Imaginación no cuenta con una única acepción; tal vez, por el hecho de que tiene varias manifestaciones o fenómenos asociados. A saber, uno: la diferencia esencial entre lo percibido y lo imaginado, estriba en que lo que se logra imaginar es una especie de recuerdo de la imagen grabada en la memoria por vía de la percepción.
La imaginación potencia la memoria, rige el aprendizaje y genera relaciones funcionales de asociación.
En general, la imaginación está muy vinculada a las experiencias, y estas reposan en el dominio de la memoria.
Así, entonces, imaginación y memoria están consustancial y estrechamente vinculadas.
Es sabido que la psicología de la propaganda se fundamenta en que un mensaje del emisor tiene más probabilidad de ”grabarse” en la memoria del receptor si se estimula la imaginación de este.
Con base en lo anterior es menester tener muy en cuenta que, si el propósito de una narrativa o mensaje político es el de impactar, seducir y ser persuasivamente eficaz; entonces, debe apuntar al inconsciente de la persona y no al consciente de esta. Lo anterior se explica con un ”simplismo lógico” según el cual, si en la ”alforja” del consciente, los seres humanos tenemos ”petabytes” de memoria; en el inconsciente reposan ”yottabytes” de memoria. Así, por consiguiente, un mensaje político debidamente elaborado y bien dirigido, tendría más probabilidad de que esté registrado y por tanto reconocido por la memoria del inconsciente que por la del consciente. El ”espacio” que ocupa y la cantidad de memoria en el primero, es muchísimo, pero muchísimo mayor que el espacio y cantidad del segundo.
En Venezuela hoy, la gente más que pensando está sintiendo. Cuando las cosas se ”sienten” van al inconsciente, inconscientemente. Es decir, no nos damos cuenta.
Si una idea, mensaje o relato se siente profundamente, va directo al inconsciente.
La ”ceguera racional” impide percibir que los sesudos, brillantes y rimbombantes documentos y planes que elaboran los ”intelectuales” no son reconocidos y mucho menos entendidos por la mayoría de la gente que conforman el tejido social de la nación. Hay quienes en política, se quedan en los estadíos del decir y no escalan al estadío del hacer. No distinguen entre estar ocupados y estar enfocados. Confunden esfuerzo político con trabajo político.
Abunda quienes no entienden ni comprenden, que el cambio político en Venezuela requiere más de apoyo popular que de apoyo intelectual.
La neurociencia postula que el cerebro no puede trabajar ni en vacío ni con sobrecarga. El equilibrio es el modo tendencial en el que operan las funciones biológicas y mentales.